Gabúleo pensaba en las caras ya borrosas de las mujeres de su ciudad; estaban tristes pues iban a tener un cruel destino sus esposos. De repente una roca rompió la barandilla lateral en la que se encontraba Gabúleo; entró en razón, se despejó su recuerdo, cogió la lanza y su espada y empezó a dar órdenes a los hombres que remaban. Aquél ritmo melancólico les acercaba al enemigo, nadie se imaginaba que fueran tantos. La primera hilera de barcos hacía maniobras cautelosamente para acercarse a los barcos Griegos. El resto cargaban las catapultas y realizaban descargas ordenadas. Una roca partió un mástil, tras eso la vela cayó sobre otro barco produciendo el hundimiento de los dos barcos. Los Griegos respondían también pero con menor eficacia al tener peores armas. Los primeros barcos Persas, ya imparables, chocaron contra las filas Griegas comenzó así el abordaje... Gabúleo le lanzó la lanza al primero que osó subir a su barco. Sus pobres hombres se esforzaban por resistir pero este ataque era fuerte. Gabúleo que había creado una alfombra roja en el barco repartía gratis espadazos a los enemigos su frente era un hervidero de un líquido que hasta el desconocía, no había tiempo para pensar sólo para atacar primero. Al cabo de media hora ya sólo quedaban 35 barcos Griegos de 150. Los Persas seguían manteniendo una ventaja 74 de 180. Los soldados a cargo de Gabúleo habían derrotado a un barco Persa. Gabúleo lleno de júbilo les dijo: Vosotros ya habéis cumplido, pero, cumpliremos más ¡Al ataque!. El barco, ya torpemente, se abría paso entre los maderos rotos hacia otro barco que hundir. Los disparos de los trirremes Griegos parecían cada vez hacer más aunque serán cosas mías. Los Persas cansados seguían aniquilando a algún soldado de algún remoto barco Griego, la ventaja ya era menor y cada vez se igualaba más. Su padre siempre lo decía cuando las nubes son grandes aún queda mucho por lo que luchar en ese día.